lunes, 20 de agosto de 2007

PS...Duelos de Titanes....


El Partido Socialista se encuentra en una encrucijada. Debe decidir su candidato presidencial entre Ricardo Lagos y José Miguel Insulza. Las disputas por el liderazgo interno del PS y las evaluaciones sobre qué tanto más se puede debilitar el gobierno de Bachelet complejizan todavía más la decisión.

Todos los partidos legítimamente aspiran alcanzar y mantener el poder. Después de ser socio minoritario de la Concertación con Aylwin y Frei, el PS casi llegó a La Moneda con Lagos. Pero el primer presidente socialista desde Allende terminó siendo más PPD que PS. Con Bachelet, el PS entró a La Moneda por la puerta ancha. Pero la primera presidenta de Chile gobernó con un discurso más de izquierda que Lagos pero con políticas igualmente neoliberales (con rostro humano) que sus predecesores. El PS no logró que el timón del país girara a la izquierda. Los errores no forzados del gobierno de Bachelet, coronados con el Transantiago, la han debilitado en extremo. Nadie se atreve a implementar nuevas políticas públicas por el temor a un nuevo escandaloso fracaso. Para todos los efectos prácticos, este gobierno se terminó.

El resto de los partidos concertacionistas—y ciertamente la oposición—ya están preparándose para 2009. Por más leal que quiera ser con Bachelet, el PS no se puede quedar atrás. El socialismo pretende existir, y seguir en el poder, más allá del bicentenario. La presión para barajar cartas presidenciales sigue en aumento.

Las opciones son dos: el ex presidente Ricardo Lagos y el ex titular del Interior José Miguel Insulza. Ninguna es perfecta para el PS. Lagos está mejor en las encuestas, pero tendrá 72 años cuando comience el nuevo gobierno y lo suyo difícilmente será un gobierno tan transformador como el primero. Además, Lagos fue mucho menos socialista que lo que las bases del partido esperaban. Los aciertos y errores de su administración hacen difícil que Lagos pueda hablar de futuro sin caer en explicar su legado. Ya que quiere seguir ganando elecciones, el socialismo tampoco puede olvidar la necesaria renovación generacional. Como Lagos es un candidato excepcional, pero dista mucho de ser perfecto, muchos en el PS, partiendo por su indiscutido líder Camilo Escalona, prefieren la alternativa.

José Miguel Insulza tiene reconocidas fortalezas, pero también tiene problemas. Si bien su nombre despierta adhesión en las encuestas, está por debajo de Lagos y compite con la DC Alvear. Sus diez años como ministro también lo hacen cargar con un legado difícil. Insulza defendió a Pinochet. Pero sus años en La Moneda constituyen garantía de que Insulza, con un discurso moderado y atractivo más allá del socialismo, tiene mucho más de izquierda que Lagos. Para los PS históricos, la condición de católico de Insulza resulta difícil de aceptar. Pero su pasado DC y MAPU le permiten llegar a sectores moderados. Su principal problema, no obstante, radica en que es el Secretario General de la OEA y su periodo termina en 2010. Para ser candidato, tendría que renunciar antes.

Como hay elecciones municipales en octubre de 2008, los aspirantes a alcaldes y concejales socialistas querrán hacer campaña junto a figuras nacionales. Si Insulza no se viene a dirigir la campaña municipal de su partido, difícilmente podrá superar a Lagos en las encuestas. Si renuncia a la OEA y se viene, obligará a Lagos a definir sus intenciones. Pero Insulza equivocadamente pareciera estar esperando a que Lagos mueva pieza primero.

Lagos tiene la mejor opción de ser candidato. Si Insulza quiere llegar a La Moneda, tiene que empezar a moverse. La estrategia de Escalona parece ser forzar a Insulza a definirse para así inducir la retirada de Lagos. Aunque siga demostrando lealtad con el gobierno, Escalona ya ha empezado a apurar la definición de la próxima carrera presidencial. El PS existió antes de Bachelet y el desafío de Escalona es lograr que siga en el poder más allá del fin de esta administración.

viernes, 29 de junio de 2007

Nos quedo grande el Poncho.....


En estos 17 años de gobierno, la Concertación construyó exitosamente un país. Pero este nuevo Chile le está quedando grande a la coalición. A menos que se modernice para ponerse a la par del país, la Concertación será incapaz de liderar a Chile en una nueva etapa de desarrollo.

La Concertación recibió un país dividido, con altos niveles de pobreza, exclusión social y un legado de violaciones a los derechos humanos y autoritarismo. Con dificultades, responsabilidad, creatividad y disciplina—y con la colaboración ocasional de la derecha—la Concertación lideró la transición hacia la democracia. Al apropiarse del modelo económico, supo rescatar lo mejor de la dictadura. Cuando puso un énfasis especial en la reducción de la pobreza y buscó ser presidente de todos los chilenos, Aylwin inauguró un periodo de crecimiento y consolidación democrática sin precedente. En tres gobiernos de Concertación, el país cambió, y para bien.

Desafortunadamente, la Concertación se quedó pegada en el pasado. Cuando las cosas no funcionan bien, culpa a la dictadura. Cuando hay problemas de gestión, alega que antes las cosas eran peores. Mientras Chile ya dejó atrás ese doloroso y divisivo legado, la Concertación recurre a Pinochet para darle sentido a su existencia. A diferencia del país que dio vuelta la página, la Concertación sigue con un discurso de transición y construcción de la democracia. Por eso, en vez de dedicarse a combatir la corrupción y la opacidad, la Concertación alega superioridad moral para gobernar. En lugar de promover la modernización del estado y combatir el nepotismo y el amiguismo, la Concertación recuerda las privatizaciones irregulares en dictadura. En vez de introducir más competencia y transparencia en el sistema de partidos, acusa a los políticos de derecha de cercanía con el legado autoritario.

Pero además, la Concertación ahora ni siquiera es capaz de dar gobernabilidad. La falta de liderazgo político de Bachelet, las disputas entre Belisario Velasco y Viera-Gallo (donde se va imponiendo el segundo), las indisciplinas parlamentarias, la guerra civil entre Alvear y Zaldívar en el PDC y los impúdicos negociados para conseguir votos en el Congreso subrayan que la máquina de gobernabilidad concertacionista ya no funciona como el reloj suizo de comienzos de los 90.

Felizmente para la Concertación, su principal aliado es la propia oposición. Cuando hay elecciones, gana quien ofrece la alternativa más convincente. Por eso, no basta con criticar las debilidades del gobierno. Para ganar, la Alianza debe presentar una opción más atractiva. Pero hoy, la derecha parece empeñada en que la Concertación siga en el poder. Las marcadas diferencias estratégicas y tácticas entre RN y la UDI continuamente recuerdan que la Alianza está atravesada por una profunda falla geológica que produce inestabilidad. Cuando Lavín fue candidato único, RN temía las tentaciones hegemónicas de la UDI. Cuando Lavín se vio débil, RN impulsó la candidatura de Piñera. Ahora que RN está mejor posicionado, la UDI teme una pasada de cuentas. Hace unas semanas, Longueira puso fin a sus aspiraciones presidenciales para dejar que el fuego cruzado del oficialismo se concentrara sólo en Piñera. Recientemente, en la UDI han querido incluso reflotar a Hernán Büchi como candidato presidencial. Justo cuando la muerte de Pinochet permitía dejar atrás la pesada carga del legado autoritario, algunos UDI insisten en recordarle al electorado que eran apologistas de la dictadura. Pese a los esfuerzos de sus presidentes Larraín y Larraín, la UDI y RN siguen más preocupados de hacerse daño que de construir una alternativa de gobierno.

Gracias a los gobiernos de la Concertación, Chile cambió para bien. Pero ahora que necesitamos un nuevo impulso, la Concertación parece incapaz de reinventarse. La coalición carece de visión de futuro. Pese a haberlo construido, este nuevo Chile le está quedando grande a la Concertación.

lunes, 19 de febrero de 2007

La Derecha y su preocupacion por el Estado.....



La derecha chilena ha conseguido, en otro ejemplo de su capacidad para tergiversar la realidad, convertir en términos equivalentes a la expresión "sacrosanta unidad de la patria" y a la palabra "estado". Tal vez, movido por cierto afán didáctico que me resulta difícil evitar al tratar de determinados temas con según qué personas, sea conveniente revisar lo que quiere decir "preocuparse por el Estado". Y como parece que la explicación puede resultar un poco compleja, tal vez sea mejor ir enumerando alguna de las cosas que no son "preocuparse por el Estado", para, tal vez por eliminación, encontrar el verdadero significado de ese concepto.

Preocuparse por el Estado no es, por ejemplo, que una embarazada tenga que parir en una media agua, porque no haya ambulancias disponibles para trasladarla a un hospital. Preocuparse por el Estado sería conseguir que la embarazada llamara a urgencias, y éstos tuvieran ambulancias y personal suficientes para atenderla y trasladarla a un hospital cercano a su domicilio, bien equipado, y no masificado.

Preocuparse por el Estado no es, por ejemplo, que para suavizar los atascos diarios de entrada y salida a la capital del mismo se construyan carreteras en régimen de concesión, y que los usuarios tengan que pagar un peaje para poder ir de su casa al trabajo y del trabajo a su casa. Sobretodo, teniendo en cuenta que van al trabajo, entre otras cosas, para cobrar un sueldo del que se le retienen unos impuestos, y con el que van a comprar cosas grabadas con más impuestos.

Preocuparse por el Estado es proporcionar a los ciudadanos las infraestructuras necesarias para su transporte, sin que ello tenga que suponer un coste adicional más allá del estrictamente necesario. Preocuparse por el Estado no es que el transporte público sea lento, incómodo, que esté continuamente al borde de la avería. Preocuparse por el Estado es hacer que los ciudadanos puedan moverse con rapidez y con la mayor comodidad posible, sin que tengan una avería en su medio de transporte un día sí y otro también.

Preocuparse por el Estado no es que en una ciudad con un alto porcentaje de población inmigrante, no haya programas de integración o de enseñanza del idioma que no estén privatizados, y que no se estén llevando a cabo por entidades privadas que pueden tener tanto de buena voluntad como de ganas de asegurarse la subvención. Preocuparse por el Estado sería hacer que el mismo tuviera en primer lugar voluntad, y en segundo lugar los medios humanos y materiales necesarios para ejecutar políticas sociales eficaces.

Preocuparse por el Estado no es hacer que cada vez se gaste más dinero en subvencionar la enseñanza religiosa, y cada vez menos en asegurar una enseñanza de la mejor calidad posible al alcance de todos. Preocuparse por el estado sería, por ejemplo, hacer que la enseñanza que se paga con el dinero de todos no enseñara a los alumnos que hay ciudadanos con más derechos civiles que otros dependiendo de su orientación sexual.

Preocuparse por el Estado no es seguir avanzando en modelos de ciudad que sólo son habitables para los que viven de los centros históricos, y no para los que viven en el extrarradio. Preocuparse por el estado es hacer que todos los ciudadanos puedan disfrutar de zonas verdes, de lugares de paseo, de esparcimiento, donde poder llevar a jugar a sus hijos, sin necesidad de desplazarse lejos de su casa.

Preocuparse por el Estado no es hacer que la carga fiscal sea cada vez menos progresiva, algo en lo que, por cierto, el color del gobierno no parece ser un factor diferencial, y que cada vez todos paguemos proporcionalmente más impuestos indirectos y menos directos. Preocuparse por el Estado sería asegurar la progresividad de los impuestos, que los que los que más tienen paguen más en proporción, y que además, esa diferencia proporcional sea notable y considerable.

Preocuparse por el Estado no es dejar la seguridad en el transporte y en los lugares públicos en manos de vigilantes privados que hacen orgullosa ostentación de símbolos pinochetistas. Preocuparse por el Estado es asegurarse de que los encargados de la seguridad sean los agentes comisionados para esa tarea por el propio Estado, elegidos y entrenados con la mayor de las convicciones democráticas.

El Estado, en definitiva, es la entidad que el ser humano, en su organización como sociedad, ha creado para suavizar las desigualdades, para diluir nuestra propia crueldad hacia el más débil, para repartir la riqueza que generamos en beneficio de todos. Desgraciadamente, el término se está contaminando de un significado que nada tiene que ver con el original. Ojala los que tanto se llenan la boca con la palabra Estado, y a los que tanto les preocupa la ruptura del mismo, no llevaran tantos años haciendo todo lo posible por hacerlo desaparecer.

jueves, 4 de enero de 2007

¿Clase Politica?



Desde hace unos días, más bien semanas, corre por mi cabeza una amarga sensación acerca de la “clase política”. De hecho, ya me gusta poco esa denominación que acabo de usar y que es usada generalmente de los políticos como una “clase” distinta del resto. En una democracia pura, nunca los políticos podrían ser una “clase” distinta. Todavía me gusta menos comprobar que hay apellidos que continuamente se repiten en la política Chilena, tanto a niveles estatales, como parlamentarias y municipales.

La sensación acerca de esa denominación, unida a un interés decreciente de la sociedad por los asuntos que emanan de nuestros dirigentes, y la creciente abstención que vamos comprobando tras cada nuevo proceso electoral me han hecho replantearme la distancia existente entre el pueblo y los políticos, y no sólo eso, sino también las cuotas de poder dentro de los diferentes partidos políticos.

Analizando ésto, llego a la conclusión de que cada vez nos sentimos menos representados por aquellos que a ojos de la legislación vigente, nos representan, y no sólo eso, si no que a una gran parte de la ciudadanía, casi le daría igual si le gobernaran unos u otros, porque ni siquiera se preocupan por ir a votar.

Intento ver desde un punto de vista crítico la manera de proceder de los diferentes partidos políticos, y me doy cuenta que se trata de pirámides de poder de difícil acceso a su punta, en la que unos pocos deciden sobre las mayorías, con el único objetivo de mantener el poder. De hecho, es curioso observar como ante unos comicios, cambian poco los nombres si se ha ganado los anteriores, y por el contrario cambian con más facilidad si se han perdido (tampoco demasiada), aunque en muchos de los casos para nada cambia el programa, que debiera ser lo realmente interesante y valorable.

Todo esto me ha llevado a plantearme la necesidad del Estado de limitar los cargos de representación pública a dos mandatos. Esto quizás podría ayudar a que el ciudadano participara más de la vida política, con constantes cambios en los nombres, y con una conciencia popular de que la política no es una profesión, si no un servicio público, cosa que ahora parece algo distante de lo que piensan los ciudadanos.

Creo que además, esta limitación en el mandato, no sólo ayudaría a acercar al ciudadano la democracia, sino que también seria una buena manera de desenquistar los poderes públicos. Todos recordamos como en el ultimo periodo de Girardi en la camara fue desastrosa en cuanto a corrupción, o conocemos algún municipio en el que la permanencia de las mismas personas durante muchos años han hecho oscura su gestión, sólo hace falta leer los diarios.

A mi parecer, debiera abrirse la participación a la ciudadanía, sobretodo a nivel municipal, donde seguramente es más fácil llevarlo a cabo, pero también se debieran buscar nuevos métodos para facilitar la comunicación entre ciudadanos y gobierno, con las nuevas posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías. ¿Nadie cree que si pudiéramos votar por correo electrónico durante un periodo de tres días, por ejemplo, la participación seria mucho mayor? ¿ Y si pudiéramos contestar a una pregunta acerca de una proposición de ley a través de la web del congreso, no tendrían una opinión de los ciudadanos para debatir?

A mi parecer, este problema no es una cuestión de derechas o izquierdas, me parecen tan reprobables e infumables, la democracia y los partidos deben renovarse, y no se debieran poder perpetuar las personas en el cargo, por más que tengan una legión de seguidores que con el tiempo se convierten en caudillos.

La Politica y los Jovenes.....



La relación que los jóvenes chilenos tienen con el sistema político, se caracteriza por una decreciente participación electoral, una baja identificación con la actividad política y una persistente desconfianza en las instituciones políticas y sus representantes. En conclusión, los jóvenes se encontrarían desencantados de la política.

La desafección política juvenil no es fácil de comprender. Lo paradójico es que se expresa en un escenario de sostenida mejoría en la calidad de vida de la población chilena. Durante la última década, tanto las políticas sociales como el crecimiento económico han permitido un drástico descenso en los niveles de pobreza, un aumento sustantivo de los salarios reales y un mayor y mejor acceso a los servicios sociales y públicos. La restitución de la democracia ha garantizado las libertades políticas y el reconocimiento creciente de los derechos ciudadanos. Pese a estos avances, los jóvenes desaprueban a los políticos, desconfían de las instituciones y renuncian a sus derechos ciudadanos.

Para explicar esta paradoja nos hemos servido de dos hipótesis que desde distintos puntos de vista ofrecen una explicación complementaria a la desafección política juvenil. Una hipótesis postula la incapacidad de la política de generar cohesión social; la otra, la creencia por parte de los individuos de que el sistema político ha perdido -o ya no tiene- la capacidad para conducir la vida social.

Una de las posibles explicaciones de la desafección política de los jóvenes, es que éstos retiran su apoyo a un sistema que garantiza estabilidad institucional, pero no así cohesión social. Esta hipótesis opera bajo el supuesto de sujetos que atribuyen al sistema político la responsabilidad de proveer cohesión y que asumen que los actores políticos tienen el deber y capacidad de hacerlo. ¿Qué antecedentes sustentan esta hipótesis?

Sabemos que los jóvenes valoran la democracia. En general, la consideran la mejor alternativa de gobierno y la mayoría considera que la democracia les sirve. Según datos de la IV Encuesta Nacional de Juventud, 72% de los jóvenes opina que la democracia es preferible a otros sistemas. La mayoría de los jóvenes -75%-, considera que la democracia les sirve. Más jóvenes de lo que se piensa, están dispuestos a votar. De hecho un estudio reciente realizado por el CIDE sostiene que 47% de los estudiantes que cursa segundo medio manifiesta interés por inscribirse para votar.

Sin embargo, también sabemos que los jóvenes asocian la democracia principalmente con la igualdad y/o justicia (50%), la libertad de expresión (44%) y los derechos (28%). No es de extrañarse que Chile, habiéndose convertido en un paradigma de desarrollo en la región, no sea ajeno para los jóvenes el hecho de que siga siendo uno de los países con peor desigualdad del ingreso en el mundo. Las críticas que los jóvenes plantean a la democracia resultan consistentes con estas condiciones. Según la IV Encuesta Nacional de Juventud, la mayoría de los jóvenes está de acuerdo con que Chile es una sociedad democrática que necesita perfeccionamiento (55%). Consultados sobre qué debe mejorar, se inclinan hacia la falta de oportunidades (48%) y la desigualdad y diferencias sociales (36%).

En pocas palabras, los jóvenes apoyan la democracia, siempre y cuando garantice justicia social colectiva y personal y sea capaz de generar oportunidades efectivas. En consecuencia, creemos que la desafección política de los jóvenes, opera como una respuesta ante la disonancia entre el ideal de democracia y la incapacidad del sistema político para ofrecer cohesión social.
La desafección política de los jóvenes puede entenderse como la decisión radical de quitar respaldo a un sistema que garantiza crecimiento, equilibrios político institucionales y macroeconómicos, pero no las oportunidades de manera efectiva. En otras palabras, los jóvenes no parecen dispuestos a participar de un sistema político que sólo asegura gobernabilidad y no cohesión social.

A nuestro juicio, la falta de cohesión social -que los jóvenes demandarían- apunta a la inconsistencia simbólica y estructural entre la imagen de Chile como un país moderno y ejemplar, y la percepción de experiencias ajenas, pero cercanas de precariedad; así como de dificultades para llevar a cabo el proyecto biográfico personal, lo que atenta contra la posibilidad de constitución de un “nosotros” efectivo, propio de las sociedades modernas.
La desafección de los jóvenes de la política, puede tener una explicación complementaria a la anterior. Aquella que sostiene que los jóvenes dejan de creer en la capacidad del sistema político para modificar la vida de las personas.

Esta hipótesis supone, por ejemplo, que algunos sujetos tienden a vivenciar el fenómeno de la globalización, como la implantación de un sistema de altísima complejidad, que funciona y se reproduce por fuerzas incontrolables para los actores sociales y políticos, a pesar que la vida debe ser el resultado de la autodeterminación y autorrealización individual. La desafección política se debería a la creencia en que la política nada puede hacer por cambiar esta situación.
Algunos antecedentes sugieren que se trata de una explicación razonable. Se estima que cerca de 75% de los jóvenes con mayoría de edad no está inscrito en los registros electorales. Según la IV Encuesta Nacional de Juventud, la razón más común es la falta de interés por la política (42%). La política y los mecanismos democráticos ya no tienen el peso requerido para cambiar el estado de cosas.

La creencia en la levedad de la acción política es sugerida también por el Informe de Desarrollo Humano . En su descripción de los imaginarios políticos, se establece que la visión más común acerca de la participación política, corresponde a la denominada participación desafectada. Dicho concepto hace referencia a la creencia -extendida en 1 de cada 5 entrevistados– de que “cada cual tiene que arreglárselas como puede, porque la política no sirve para nada”.

Otro estudio muestra que uno de los rasgos culturales propios de los jóvenes es la sensación de que la identidad personal se define mediante un proceso individual de selección de imágenes y modelos, donde “categorías sociales como la clase social o el género tienen menos importancia que para las generaciones anteriores” (PNUD-Injuv,). A nuestro juicio, el hecho de que los jóvenes se inclinen más hacia la autorrealización, y la selección autónoma de metas y estilos de vida, es un antecedente concomitante al desinterés por la política, caracterizada más bien por la acción colectiva.
Esta “individuación” es un proceso avanzado en los jóvenes chilenos. Según la IV Encuesta Nacional de Juventud, lo que consideran importante para ser feliz, pasa más bien por contingencias individuales, como una buena relación de pareja o el desarrollo personal, más que la realización de síntesis sociales de inspiración colectiva. La gran mayoría (63%) menciona la constancia y el trabajo responsable, como factores para el éxito individual.

No se puede cometer el error de entender que la desafección de la política por parte de los jóvenes es un acto inocuo. Sabemos hace años que es imposible no comunicarse, ya que incluso el silencio comunica.

Sin acuerdo de por medio y sin tener en mente una acción concertada, los jóvenes han tomado la decisión de retirar su apoyo a un sistema político que requiere de su participación para asegurar su legitimidad. Estamos en presencia de un movimiento político peculiar caracterizado por una repuesta política generalizada que lleva a los jóvenes a acumular mucho poder. ¿Qué implicancias puede tener este fenómeno para el sistema político chileno?

La resistencia a votar podría interpretarse apresuradamente como la autolimitación de los jóvenes a participar en el espacio decisorio por antonomasia de la sociedad moderna. Si consideramos sólo las variables edad y número de jóvenes inscritos actualmente en los registros electorales, y asumiendo al resto de las variables como “ceteris paribus”, es decir, constantes, se puede estimar que éstos hacia 2010, tenderían a desaparecer de la población electoral. Irónicamente, una fecha emblemática para la República.

La desafección política de los jóvenes tiene la capacidad de deslegitimar el sistema político. La resistencia a votar por parte de los jóvenes pone en riesgo en el largo plazo a la democracia tal cual la conocemos y valoran los adultos y que nos inspiró por décadas. Hasta ahora, sólo sabemos que la mejor manera de reproducir nuestro sistema político es por el acto electoral “libre e informado”. La creciente resistencia a votar de los jóvenes, simplemente, resta legitimidad -vale decir, credibilidad socialmente sustentada- a un sistema que no asegura por sí solo ni cohesión social ni conducción colectiva… sus consecuencias son insospechadas.